Hay pocos días que tiene la carga simbólica del 17 de septiembre, al mismo tiempo Día del Profesor, Cumpleaños de la Universidad Nacional de La Rioja y la fecha en que se realizó, en 2013, la marcha inaugural de la Toma Universitaria que terminó con un dictador. Es en recuerdo de esta última que reedito esta nota que escribí para Revista RANDOM en la edición inmediatamente posterior a esos eventos tan especiales. Recordarla me trajo una fuerte melancolía pero también bastante dolor y remordimiento. Son hechos cercanos per a la vez se sienten muy distantes en el tiempo, como realizado por personas que hoy ya no conozco, y me incluyo. No he tenido tiempo de pensar si las conclusiones del último párrafo aún están vigentes pero no me he permitido cambiar ni una coma. Que cada uno juzgue. Feliz 17 de septiembre.

La primavera de 2013 será recordada por los riojanos como uno de los momentos más significativos, impactantes y trascendentes de su historia. El levantamiento y toma de la Universidad Nacional de La Rioja por sus estudiantes, docentes, egresados y no docentes significó un quiebre en la actitud pasiva y desentendida que vivía la provincia frente a los devenires de la política. Veintinueve días de acampe, cuatro marchas como jamás se vieron, el apoyo masivo de la sociedad; un cataclismo político inesperado que consiguió la caída de Enrique Tello Roldán, luego de veinte años en el poder universitario.

Quien escribe esto es periodista de un medio gráfico, pero esta no va a ser un crónica imparcial. Estas líneas pertenecen a alguien que pasó buena parte de los 29 días de toma junto a sus compañeros en la UNLaR, donde sentíamos que debíamos estar, pasando noches, fríos, nervios, miedos, alegrías como pocas veces hemos experimentado. Luchando por nuestro derecho a una educación superior de calidad, maravillándonos por descubrir que amamos nuestra universidad como no creíamos posible, convencidos de que al compañero que tenemos a nuestro lado, que pone el cuerpo como nosotros, no podemos dejarlo pelear solo.

En septiembre de 2012, en un video al que puede accederse buscando “Tello Roldán” en Youtube, el entonces rector celebraba en cámara sus 21 años al frente de la Universidad Nacional de La Rioja –UNLaR-, y anunciaba que ya era tiempo de “recoger todo y dar las hurras”, y que no se presentaría en las elecciones del año siguiente para un octavo período consecutivo. En julio de 2013, el mismo hombre reunía en un asado a sus seguidores más fieles para festejar su inminente e inevitable reelección a lisita única.

Carlos Ruiz 2

¿Cómo fue posible, entonces, que el hombre que había mantenido un control absoluto de los designios universitarios de La Rioja un martes, al siguiente lo hubiera perdido todo?

La primera Asamblea de Estudiantes Autoconvocados se organizó el 11 de septiembre de 2013. Fueron un puñado de chicos de varias carreras, no más de 40, quienes comenzaron a debatir, de pie en el patio de la universidad, la necesidad de reaccionar frente a una crisis que se avecinaba.

Para el fin de semana del 14 y 15 de septiembre, los despidos, cesantías y “jubilaciones” de docentes se habían vuelto insoportablemente visibles. La semana que siguió iba escalar la situación de manera vertiginosa, signada por la interacción dinámica e incensurable de las redes sociales. Mucho de la previa se decidió en el ámbito digital: para el lunes se consiguió montar una campaña en twitter para hacer trending el hash #DemocraciaEnLaUNLaR mientras que en Facebook se agendó para el martes una marcha en la plaza 25 de Mayo.

Esa fue la base y la diferencia para todo lo que vino después. Internet cambió el paradigma de la información y la comunicación invirtiendo los roles: Los jóvenes llegan primero y mejor a las novedades que aquellos en el poder.  Durante la mañana del lunes 16, mientras en el mundo virtual se cocinaba una revolución, Tello Roldán solo atinaba a escupir “Vamos a ver cuántos son”, al ser consultado por los medios de comunicación sobre los movimientos que ya eran innegables. Fue un disparador, un shock eléctrico que golpeó a todos a diferente nivel. Pero no era un desafío, era un grave ninguneo; el rector era incapaz de reconocer la crisis y actuar al respecto porque no entendía por dónde se estaba gestando.

Comunicación Social, mi carrera, por quien más y mejor puedo hablar, acudió a marchar casi en su totalidad. No es una carrera multitudinaria, pero ahí estaban todos mis compañeros y, más que nada, mis profesores. Aquellos por quienes habíamos  decidido expresarnos nos correspondían de igual manera. Para la anécdota quedará que el 17 de septiembre es, al mismo tiempo, el día del profesor y el cumpleaños de la UNLaR.

Los participantes de esa primera marcha debieron rondar las 1200 o 1500 personas, una cifra pequeña en relación a las que se manejarían luego; pero entonces resultaría crucial.

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres

Los que participamos presentíamos que algo se había roto, que habíamos entrado a jugar un partido en el que no teníamos muy en claro ni las reglas, ni la duración, ni siquiera las dimensiones de la cancha, pero que íbamos a tener que jugar hasta el final. El tellismo se encargó de hacernos sentir eso, enviando a personajes que desde las veredas nos presagiaban el fin de nuestra vida académica, y nos fotografiaban desaforados.

La Toma -con mayúsculas- comenzó al otro día -18 de septiembre- en la Escuela de Arquitectura. Allí se apostó un grupo de los manifestantes que buscaban realizar una sentada pacífica… y allí cayó Francisco Asís Filonzi, Decano del Departamento de Ciencias Aplicadas, a intentar disciplinar revoltosos. Indignados, los docentes de la carrera se plegaron con sus alumnos, y en un impulso que lo definió todo, se tomó el edificio. Rápido como fuego en un pastizal, el grito de Arquitectura corrió hacia el Rectorado que fue rápidamente rodeado.

En cuestión de horas, la tapa del hervidero había volado por los aires y había agarrado a todos por sorpresa. En el edificio de Rectorado, en la entrada al predio, habían quedado asediados los Decanos y otros funcionarios de alto rango de tellismo. Allí permanecerían 24 horas, negándose a salir y dejando tras de sí papeles, discos rígidos y expedientes que nunca tuvieron tiempo ni medios para destruir. Muchos nos enteramos por redes o por medios digitales que había comenzado el acampe y que nuestros compañeros iban a pasar la noche ahí.  A las 4 de la mañana del jueves, apagué mi computadora y me encaminé, con muchas dudas, a La Toma de La UNLaR.

Foto: Carlos Ruiz

Foto: Carlos Ruiz

LOS DÍAS MÁS FRÍOS DE SEPTIEMBRE

Al llegar, todavía de madrugada, no había mucha gente: en las escalinatas del rectorado me recibieron Ayelén Silva y Virginia Gorosito y, alejado, pude ver a Valentín Maraga quien ya estaba hablando con los medios de comunicación. El frio era increíble y me costó, en ese momento, figurarme lo que había sido pasar la noche ahí. No lo sabía aún, pero habría tiempo de sobra para descubrirlo.

La salida del sol comenzó a levantar el ánimo sombrío que nos cubría a todos, a cambio nos trajo una fea sorpresa. Es difícil describir el pánico que sentimos cuando vimos surgir una columna de profesores y estudiantes “celestes” –el color del partido hegemónico de Tello Roldán-. Se pidió que todo nuestro bando se ubicara en las escaleras del Rectorado, mientras los tellistas se desplegaban frente nuestro. No éramos más que 200 personas y no sabíamos si podríamos convocar a más. Nadie se fue, sin embargo, y mantuvimos nuestras posiciones mientras un grupo de asambleístas, integrados entre otros por Virginia Gorosito, Mayco Macías y Esteban Mulleady, se dispersaron por las aulas para llamar a quien sea posible –las clases en el resto de la universidad no se habían suspendido-.

Sabíamos que alumnos y docentes fieles al rector habían estado amenazando y apretando para que, si no conseguían sumar a sus filas, al menos que no vengan con nosotros. Fue un momento de dientes apretados en que creímos ver el fin de la protesta muy cerca.

Foto: Carlos Ruiz

Foto: Carlos Ruiz

Y, de repente… guardapolvos blancos. Un grupo enorme de alumnos de medicina, marchó justo en frente de los tellistas y se aglutinó en círculo a los pies de las escalinatas para debatir. Los arengamos, y festejábamos cada vez que un grupo se separaba para subir con nosotros. En poco tiempo, el círculo se había consumido como un banco de sardinas atacado por peces espada. Éramos, tranquilamente, tres veces más que nuestros rivales, que descorazonados se sentaron a masticar bronca.

Fue la primera victoria, y el único intento real de Tello Roldán de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil. Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales con aplaudidores, fue incapaz de poner a los estudiantes en contra de sus compañeros.

Para la tarde de ese Jueves, la toma se había efectivizado en toda la UNLaR. Pronto comenzamos a sumar miles y se debió recurrir a una organización que resultaría ejemplar: a cada carrera se le asignó un módulo y un aula, y en ellas se establecieron roles de vigilancia, limpieza, cocina, proyectos –eventos- y logística. Drogas y alcohol estarían, con perfecto acatamiento, prohibidos.

Con la llegada en los siguientes días de los cuatro estamentos universitarios –además de estudiantes, docentes, no docentes y egresados-, se estableció oficialmente la Asamblea Soberana, Autoconvocada y Apartidaria de la UNLaR, y se creó un órgano representativo integrado por delegados de cada carrera y de los estamentos. El Anfiteatro B –ahora Anfiteatro 9 de Octubre- sería la sede donde se realizarían asambleas hasta dos veces por día y que llegarían a ser maratónicas y extenuantes.

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres

 

CAMBIOS PROFUNDOS

Los días de toma fueron increíblemente tensos, difíciles y alucinantes. Comunicación estuvo a cargo del área de prensa, y se desenvolvió ejemplarmente en manejo de información y de redes sociales. Económicas se encargó de las finanzas, Abogacía del asesoramiento legal, Medicina fue un gigante que, más allá de su función en salud, tuvo injerencia en muchos aspectos logísticos. Se intentó que cada carrera cumpliera un rol representativo de sus funciones profesionales y que pudieran aprovechar para realizar prácticas, charlas y clases públicas.

Para el primer domingo se decidió, en una asamblea muy complicada, que se convocaría a una marcha social. Fue una decisión que despertó mucha paranoia entre los estamentos: se sospechaba que podría ser una maniobra para alejarnos de la universidad o que no iría nadie. En asamblea de emergencia se resolvió que era imposible dar marcha atrás, que debería convocar a la sociedad en nuestro apoyo pero solo una pequeña delegación iría desde la universidad; el resto permaneceríamos allí.

Pero sorpresa: fue un éxito increíble que se midió por encima de los 10.000 manifestantes y cerró con la lectura de nuestro petitorio por Candela Romero, compañera de Comunicación, que rompió a llorar en los brazos de su propio padre en una de las imágenes más poderosas de La Toma. Se entendió de esa forma que éramos jóvenes con sus familias detrás; no vándalos, no terroristas.

Foto Carlos Ruiz

Foto Carlos Ruiz

El martes 24 de septiembre, Enrique Tello Roldán anunciaba su renuncia indeclinable y acotaba que había ganado Barrabás, comparando su “suplicio” al de Jesucristo. Los medios de comunicación, una buena parte de ellos, inició una actitud de aplacamiento del tema a favor del de las elecciones legislativas del 27 de octubre. En La Toma nadie festejó: sabíamos con quién estábamos tratando, teníamos conciencia de las argucias de que era capaz el “mesías”.

Para contrarrestar la actitud mediática de dejarnos de lado, se apostó por repetir la marcha social, no una sino dos veces más. Era una locura para una ciudad como La Rioja que no tiene por costumbre dejar ver a su gente en las calles; no pocos aconsejaron no tentar a la fortuna.

El resultado fueron las expresiones populares más impactantes que hayan visto los ojos de la Provincia. La siguiente marcha llevó 20.000 personas y la última se estimó en 40.000. Ningún evento social, ni las marchas por el Famatina, ni el Riojanazo del ‘93, ni la plaza de Menem Presidente del ‘89, lograron convocar en tan poco tiempo –poco más de dos semanas- tanta cantidad de gente.

El momento decisivo llegó el 9 de octubre. Ese día fueron forzados a reunirse en el Hospital de Clínicas los miembros de la Asamblea Universitaria tellista para dialogar. Ellos aceptaron la renuncia de Tello Roldán, pero cuando llegó el turno de decidir sobre otras cuestiones, los tellistas cometieron el error de pretender un cuarto intermedio de 48 horas. Rodeado el Hospital por estudiantes y docentes, la medida se consideró una provocación y se impidió la salida de los dirigentes hasta que aceptaran todas las condiciones.

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres

Afuera corría una tormenta de tierra digna del Sahara y a dentro los funcionarios se quebraban uno por uno. A medida que iba cayendo el sol, nervios alcanzaron proporciones bíblicas. Finalmente, y gracias a una intervención activa del Juez Federal Ad Hoc, Nicolás Azcurra, la Asamblea Universitaria decidió aceptar las renuncias de todos los Decanos y la imposición de los nuevos candidatos para esos cargos, con el binomio Fabián Calderón – José Gaspanello en el rectorado.

El momento de la victoria se sintió fuerte. Aquellos a quienes no habíamos visto llorar nunca, en ese momento se rompieron: era mucho por lo que habíamos pasado y todavía quedaba mucho por hacer, pero esa tarde habíamos dado todo.

Es muy difícil sacar conclusiones, hoy, sobre lo ocurrido en La Toma. Tenemos los datos pero no sabemos qué hacer con ellos. ¿Cómo se construirá sobre esta lucha? ¿Será posible convidar el espíritu de esos días al de toda una sociedad? Es de suponer que la nueva Universidad Nacional de La Rioja no cumplirá las fantasías de todos, pero al menos, ahora, la tierra es fértil para intentarlo.