“No seré Feliz pero tengo marido” fue un éxito editorial en ventas apenas comenzado el nuevo milenio, dando lugar a una obra de teatro doblemente exitosa con años en cartel y giras por el país y Latinoamérica. Pero esta semana Sofía Bracamonte se pregunta ¿Qué hay detrás de esto? ¿Sátira inteligente o chatarra masiva?
Escribe: Sofía Bracamonte
Vamos por partes. “No seré feliz…” es un libro cómico que fue editado por primera vez en el año 2000 en Argentina. Su autora es Viviana Gómez Thorpe, periodista y columnista. Se compilan en 30 capítulos las delicias de la vida conyugal (nunca mejor usada la expresión y con toda la ironía posible) de una pareja de clase alta argentina. El libro tiene un tono de humor irónico, accesible y bastante inofensivo.
Yo lo leí varias veces en estos 16 años. La primera era una niña recién queriendo entrar a la adolescencia, luego en los primeros fracasos amorosos, y ahora… bueno. No resiste un análisis crítico. Es evidente que el libro tampoco busca eso, sino un público complaciente y presto a aplaudir la seguidilla de lugares comunes con algún que otro gag hilarante (debo confesar que planeo escribir “Cocina moderna para la mujer fácil” desde que leí ese título que parece inmejorable), y a sentirse identificado con la vida frustrada de personas sin apuros económicos y asfixiados por el tedio y la incomunicación.
La introducción nos adelanta lo que vamos a encontrar: una mujer que no sabe bien como sigue casada después de casi 30 años con el mismo hombre y que, aunque jamás planteó divorciarse, sí matar a su cónyuge. Pero luego trata de desdramatizar diciendo que no es de esas personas grises que se conformaron y siguieron adelante con una rutina monótona, sino que buscó ser creativa para renovar su “vocación de casada”. Un voto que renovaba con cada día menos fe pero con muchísimo humor, salvo en los momentos donde picando verdura se daba cuenta del vacío y se tiraba a llorar en posición fetal. Uno no puede evitar reírse de que la dependencia y la desigualdad en la pareja sean comunes, pero jamás podría avalarlo con la liviandad “fast food” que plantea este libro.
De todos modos es interesante el manejo del discurso “feminista” de una madre y esposa totalmente sometida a la tiranía del hogar y sus obligaciones. Donde su profesión y sus necesidades siempre están pospuestas a las de su “hombre” (los hijos no son tan importantes, aunque para ser justa, después la autora lanzó un libro referido a ellos). Ella cree que es feminista porque trabaja y se plantea cuestiones básicas de libertad que ya serían escandalosas si se negaran. Pero al mismo tiempo en su letanía retorcida hay lugar para reflexionar sólo cuando se lavan los platos, y para la diversión sólo cuando se limpia el horno, pues ambas actividades son preferibles a intentar salir con un marido que se divierte persiguiendo mujeres jóvenes frente a sus ojos. El súmmum a mi entender es cuando se insinúa que la mujer debe ser una inútil “ojos de carnero” para evitar ser esclava de los demás, ya que intentar ser abiertamente autosuficiente es desafiar el lugar que en definitiva nos ha tocado en suerte y con el cual debemos conformarnos.
El hecho de que no sea un libro “reciente” no es excusa. Ya varias mujeres habían muerto para cuando Viviana Gómez Thorpe apartaba sus instrumentos de trabajo para dedicarse obedientemente al principal trabajo de una mujer: servir y adular a su hombre. Pensemos en las grandes guerreras de las conquistas femeninas, las obreras que fueron al paro y murieron quemadas en Chicago quizás sean un ejemplo extremo; pero recordemos que Simone de Beauvoir ya había escrito el “Segundo Sexo” hacía casi medio siglo; Virginia Woolf reflexionaba por su cuarto propio, décadas antes que esta periodista de vida acomodada decidera que un hombre era su tabla de salvación.
Más allá de que el mensaje es nocivo para cualquier mujer con aspiraciones libertarias e igualitarias; además retrata a los hombres a través del que “le tocó suerte” como una serie de minusválidos, hipocondríacos, avaros y abusivos, personas injustas que sólo piensan en su auto, en el fútbol y en el dinero. Estereotipo, tras estereotipo. Es inocente finalmente, porque no plantea nada novedoso y su humor es estándar e invariable, cliché tras cliché.
El final es sorprendente, pues a pesar de que en el epílogo se pondera lo que debería ser un matrimonio, y lo que jamás fue el de la autora, dos hojas después se nos notifica que el idilio había terminado por decisión unilateral del coprotagonista involuntario de estas páginas. Ni tener, ni ser serán un problema para Gómez Thorpe a partir de ese momento, pero ¡ey! Todos podemos seguir riéndonos cuando se afirme con convicción que al matrimonio se va a sufrir.