Virginia Tapia, quien recientemente brilló en los conciertos brindados por los jóvenes que integran la Escuela de Formación Musical bajo la tutela de maestros del Teatro Colón, nos cuenta en esta columna su experiencia de vida junto al instrumento que ama: el violín, y el camino recorrido que la depositó como solista de un concierto de Vivaldi.
Escribe: Virginia Tapia
Antes de contar mi experiencia quiero aclarar que estudio música desde los ocho años y violín desde los once. Soy de la ciudad de Chilecito y me recibí del Centro Polivalente de Arte donde mi profesora era Patricia Ortiz, desde entonces estudio en el Profesorado de Música, primero con el maestro José Juncosa de San Juan y luego con Daniel Moreno de La Rioja. Quiero aclarar que debo mucho de mis conocimientos a estos tres profesores que tuve, antes de conocer al maestro Alejandro Beraldi y la oportunidad de ser solista.
Ahora sí, mi experiencia con los profes del teatro Colon: Yo conocí al maestro Alejandro Beraldi en mayo de 2015, donde me escucho tocar primero en un dúo con un compañero y luego con la Camerata D’Archi, donde participo. El siguiente encuentro fue recién este año, en el marco de las Escuelas de Formación Musical de la Municipalidad, allí la modalidad de sus clases eran grupales, donde primero escuchaba tocar a todos, uno por uno. En ese momento yo no quería tocar, por una cuestión de timidez, quería que solo me escuchara cuando participara con la Camerata. Muy serio, el maestro Beraldi me dijo que tocara. Entré en pánico, no había preparado nada para un momento así, pero al mirarlo a los ojos no pude negarme. Saqué mi violín, me pare frente a él y toque una obra que había estado estudiando con mi profesor, tratando de tocarla lo mejor que pude. Cuando terminé la primera parte, mire al piso, tenía ganas de llorar por los nervios. El maestro se acercó y grito -como hace el siempre- “¡Muy bien piba! ¿Por qué me tenés miedo?”. No pude contestarle nada pero él se dio cuenta que estaba al borde de las lágrimas y me hizo seguir tocando un rato más mientras me preguntaba quién era mi profesor. Luego con la Camerata trabajamos mucho porque él nos dio muchas obras para trabajar esos días, que culminaron con el primer concierto de esta Escuela de Formación Musical. Antes de irse, el maestro me dejó muchas cosas para estudiar: ejercicios de autoestima y entre otras cosas el concierto que debía tocar para el siguiente encuentro; me dejo todo para que lo leyera y estudiara.
Cuando vino esta última vez, la modalidad de las clases fue igual. Sentía los mismos nervios que la primera vez, me senté y mire al piso pensando que debía armarme de valor para tocar porque los maestros no habían viajado tantos para no escuchar a nadie. Fue ahí cuando, después de que pasó un compañero, decidí pasar. ¡Temblaba! pero ya estaba parada con el violín en la mano… ¿Tienen idea lo que es que un MAESTRO del Teatro Colón te escuche tocar? Quizás lo más cercano al cielo para nosotros que aquí vivimos la música con una realidad muy alejada a algo semejante, como lo que ellos viven a diario. El maestro me dio un abrazo y me saludo muy cálidamente, me dijo: “¡Piba! Esta vez no quiero lágrimas”. Me hizo reír y se me fueron un poco los nervios
Yo había estudiado todo lo que me habían dado… ¡excepto el concierto! Al concierto de Vivaldi lo había visto recién tres días antes por si las dudas. Me traicioné a mí misma y cuando pasé lo primero que puse en el atril fue el concierto de Vivaldi. Lo toqué, el maestro me hizo correcciones y terminó la primera parte… terminó la segunda… la tercera. Cuando terminé, baje el violín y respiré, y en eso escucho que me dicen: “Esto lo tocas mañana a la noche”. Yo lo miré a los ojos: nunca había estudiado con el fin de tocarlo y prepararlo en tan poco tiempo. Me dijo: “¡Vamos! Sí te sale”. ¿Qué podía decirle? nada, había entrado en un conflicto cognitivo. Recuerdo haber balbuceado un claro “claro que sí, señor”. El sueño de mi vida es tocar el violín, tan simple como eso, como tocar el violín y en grandes orquestas, aquí, en Córdoba, en Mendoza, en Buenos Aires, donde sea… pero integrando una orquesta. Que él me dijera que fuera solista fue la puerta a pensar mil cosas que nunca había pensado: ser solista es una gran responsabilidad, el sonido de uno contra toda la orquesta, pero al mismo tiempo ser uno con el resto.
El primer ensayo fue de otro mundo. Conozco a mucha gente del ambiente de la música y sobre todo del ambiente de los instrumentos de cuerdas frotadas, que aquí en La Rioja son escasos, y muchos de mis amigos estaban allí, integrando la orquesta. El maestro se paró y me presentó a la nueva solista. Levanté la cabeza y todos me miraban, en silencio puse el arco sobre mi violín y comencé… ¡Nadie se da una idea de lo que es! todos a mi tiempo, todos a mi sonido y volumen y expresiones. Nada estaba pactado, la música fluía sin palabras. Estábamos todos hablando el mismo idioma y no teníamos que abrir la boca o escribir para ello. Cuando terminé mis amigos no podían creerlo, comenzaron a gritar, me dijeron muchas cosas muy lindas, estaban impresionados y yo también. Lo estaba haciendo muerta de nervios pero lo hacía. Solo pude levantar la mirada y agradecerles. La noche del concierto fueron las mismas emociones que el ensayo pero intensificadas, fue todo gracias al maestro Beraldi que me brindó la oportunidad. Le di un abrazo en el momento que terminé de tocar, ya no me interesaba nada más. Cuando me bajé del escenario iba caminando, sola, con el violín en la mano para ir a aguardarlo, cuando una profesora a quien admiro y aprecio un montón -Cecilia Reynoso- venía gritando desde la entrada el paseo: ¿Por qué yo no me entere de esto? y me abrazó, me hizo llorar tanto… y después de ella mis amigos, hasta que pude encontrarme con mi madre, quien vino desde chilecito para ese concierto.
Uno por ahí es prejuicioso y dice: ¿Que pueden querer estos tipos que viene del Colón, que tocan en Europa, que tienen toda una carrera, en un lugar como La Rioja? Seguro lo hace por guita. Pero el maestro Beraldi es una gran persona, que deposita mucha fe en nosotros; si el no creyera en nosotros como lo hace, ningún conciertos sería posible. Le tengo mucho aprecio porque es muy humano y doy fe de que él puso todas las fichas por nosotros, por todos y cada uno de nosotros.
No hay nada más bello que la música, ojala cada vez más chicos, más niños, más adultos, más jóvenes, puedan acercarse a este precioso camino que es tan gratificante y único.