Susan Sontag y Joan Didion son dos nombres fuertes en la literatura estadounidense y mundial. Dos mujeres del siglo XX, que se atreven a interpretar la realidad y su tiempo convulso. Hoy sus textos se tocan en cuanto enfrentan lo más inexorable de la humanidad: el dolor. Aquí un breve comentario sobre “Ante el dolor de los demás” y “El Año del pensamiento mágico”.

 

Escribe: Sofía Bracamonte

screen-shot-2015-05-22-at-3-00-10-pmPara comenzar tenemos que pactar y convenir que los lectores están sometidos (en mayor o en menor medida) al azar en las elecciones de autores, al caótico suceder de títulos y temáticas que van cayendo en sus manos y son devorados con igual entusiasmo y atención. Es una premisa general y reduccionista. Pero supongamos ahora que ese caos nunca es tal ni es definitivo, porque el ansia lectora tiene una subjetividad que la rige: justamente la del sujeto lector. Este agente selecciona, y filtra de acuerdo a su criterio que puede estar cargado de su propia emocionalidad, contexto y momento vital que estuviera pasando.

En este caso el final del invierno me encontró leyendo “El año del pensamiento mágico”. Lo continué, “casualmente”, con el ensayo de Susan Sontag, “Ante el dolor de los demás”. Dos debuts con estas autoras que por magia de azar o por calculada sincronía se parecen más de lo que se espera a primera vista.

Cuando se busca sobre el “Nuevo Periodismo” de los sesenta, Joan Didion no es de los primeros nombres que surge. Los comentarios de corrientes y escenas de la prensa escrita tienen pocos recuerdos para las representantes femeninas. Su terrible y premonitorio artículo llamado “Los que sueñan el sueño dorado”, fue excluido de la selección que formó parte de “The New Journalism” la célebre compilación que hizo Tom Wolfe en 1973, una selección de los supuestos mejores exponentes del género. Sin embargo el tiempo hizo justicia con ella. Se desempeñó como escritora y guionista durante gran parte del siglo XX, trabajando para Vogue y escribiendo novelas como “Según venga el juego”, “Una liturgia común”, “The Last Thing He Wanted”, “Slouching Towards Bethlehem”, “The White Album”, entre muchas otras más. Gran parte de este camino de letras lo hizo codo a codo con su compañero y marido por casi cuarenta, John Gregory Dunne. A finales del año 2003, esa sociedad se rompe cuando Dunne muere fulminado por un ataque al corazón, justo antes de que ambos se sentaran a cenar. Es el comienzo de la historia de “El año del pensamiento mágico”.

johnjoanEl pensamiento mágico es una forma de razonamiento en la que la persona atribuye un efecto a un hecho sin que la relación entre ambos tenga una base científicamente comprobable. La lógica no opera en el comportamiento. Esta clase de conexiones de pensamiento pueden ser comunes en la infancia, aunque también están relacionados con las supersticiones, creencias populares, el esoterismo o incluso algunas religiones. Didion comenzó a escribir esta crónica del luto el 4 de octubre de 2004, nueve meses y cinco días después de la muerte de John y relata con asombrosa lucidez la vida de los que quedan después de una muerte “inesperada”. Para colmo de males, el matrimonio estaba transitando días difíciles ya que su única hija, Quintana, de 37 años en ese momento, estaba en coma por una súbita neumonía. La autora se encontró de golpe y porrazo, sola ante la incertidumbr y ante la desgracia. De frente y sin tapujos ante el dolor.

Hay algo del texto que nos deja fríos, y es que por momentos es como leer una exposición ordenada y lógica del duelo supuestamente caótico que sugiere el título. Vemos a Didion ordenar las disposiciones del difunto, estar al frente de todos los trámites (de esos de los que nadie jamás habla, de la burocracia de la muerte), del funeral, y sobre todo y más importante cuidando a Quintana, persiguiendo y cuestionando a médicos indiferentes, investigando sobre medicamentos y afecciones, durmiendo a su lado, y compartiendo la carga con su yerno. El relato es eficiente y detallado. Inclusive en los momentos de pensamiento mágico propiamente dicho: el aferrarse a los objetos a los recuerdos, a la permanencia de las cosas, aún aquí la narradora nunca deja de estar al frente de los acontecimientos, temerosa quizá de perder aún más el control.

Didion dijo: «Esto es un intento por encontrar sentido al tiempo que siguió, a las semanas y meses que desbarataron cualquier idea previa que yo tuviera sobre la muerte, la enfermedad, la probabilidad y la suerte, la buena o la mala fortuna, sobre el matrimonio y los hijos y el recuerdo; sobre el dolor y los modos en que la gente se plantea o no el hecho de que la vida acaba; sobre la precariedad de la cordura y sobre la vida misma». En ese sentido el libro cumple con los objetivos con creces, y sobre todo abre el juego a plantearnos el por qué culturalmente esquivamos enfrentarnos con una de las pocas certezas que tenemos como humanos: nuestra mortalidad, y que el tiempo limitado que tenemos en el planeta se va a terminar irremediablemente. Sobre ello la autora agregó: “la actitud de los norteamericanos ante la muerte fue uno de los motivos que me llevaron a escribir El año del pensamiento mágico. Yo misma había rehuido siempre encararme con el tema de la muerte, hasta que un día no me quedó más remedio que hacerlo y cuando sucedió, me di cuenta de que no estaba preparada. La muerte era terra incognita. No había mapas para adentrarse en ella. Comprendí que mi obligación era romper el sortilegio y entrar, aunque fuera a ciegas”.

Didion dijo: «Esto es un intento por encontrar sentido al tiempo que siguió, a las semanas y meses que desbarataron cualquier idea previa que yo tuviera sobre la muerte, la enfermedad, la probabilidad y la suerte, la buena o la mala fortuna, sobre el matrimonio y los hijos y el recuerdo; sobre el dolor y los modos en que la gente se plantea o no el hecho de que la vida acaba; sobre la precariedad de la cordura y sobre la vida misma».

El libro finaliza con el año posterior a la tragedia, cuando la negación y la pena absolutas van dejando paso a la aceptación. El libro seguirá su trayectoria sin Didion, quien debió enfrentar meses después la muerte de Quintana, que documentó igualmente en “Noches azules” del año 2011.

9789505118908Inmediatamente después del “Año del pensamiento mágico” cayó en mis manos (supongamos), “Ante el dolor de los demás” de Susan Sontag, escrito aproximadamente en la misma época, en el año 2003. Aquí la temática es igual de devastadora e inevitable: la guerra. Pero más precisamente, la representación de desastres y conflictos armados a gran escala a través de la fotografía. Cómo la humanidad construye una memoria del dolor colectivo, y cuáles son los usos que le da a la misma.

El punto de partida, es entonces, el sentimiento de compasión, de empatía ante el sufrimiento ajeno, de necesidad de analizar y desentrañar el significado profundo del dolor y el cómo reaccionar ante él. Todo ello en el nuevo contexto tecnológico de los últimos tiempos, que ha hecho que, gracias a la fotografía, el cine o la televisión, estemos familiarizados, en realidad desde nuestras casas, con las imágenes más terribles que la maldad humana pueda llegar a provocar.

Sontag, desde la seguridad de la distancia (que no niega, y de la que no se avergüenza en ningún momento), tiene una mirada lúcida y sin tapujos sobre el supuesto horror de la guerra. Se permite decir lo que pocos: que la guerra es común, no es para nada una excepción y que tampoco es evitable sino una triste y permanente realidad y además nos llama la atención: no podemos permitirnos la ingenuidad de ignorar de lo que somos capaces como raza, de la creatividad que desplegamos cuando somos crueles. La sensación que provoca el ensayo es de cachetazo, de un fuerte baño de realidad. Nos gusta sentirnos solidarios y empáticos pero realmente, ¿lo somos? ¿No nos importan las banderas, el origen de los muertos, de los mutilados? ¿Podemos extender la mano con independencia de los orígenes del conflicto? “La compasión es una emoción inestable…”—nos advierte— “…Necesita traducirse en acciones o se marchita”. Frente a la impotencia de los eventos mundiales “la pasividad embota los sentimientos “.

El bombardeo constante de imágenes del dolor, la representación cruda o artística del mismo nos invade a cada minuto por todos los medios. La autora se plantea si realmente recibimos el contenido sin censura, o si el medio sesga la visión o nos entumece por repetición y hartazgo. La distancia de nuestro living o de fríos salones de exposiciones nos vuelve indiferentes, el sufrimiento no se hace parte de nuestra realidad”, vamos “perdiendo nuestra capacidad reactiva”, erosionando como los campos en la guerra “el sentido de la realidad”.

De todas formas, y si bien repite que no sabe lo que significa vivir una guerra o el dolor, Sontag aconseja una memoria limitada. Lo que nos debe quedar es: “Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides”. El resto puede volverse furia vengativa, o estancamiento: “si la meta es que haya algún espacio en el cual se pueda vivir la propia vida, entonces es deseable que el recuento de las circunstancias injustas específicas se disuelva en el reconocimiento más general de que por doquier los seres humanos se hacen cosas terribles los unos a los otros”. No hay una pasividad resignada en esta afirmación sino realismo a secas y un profundo conocimiento de la historia que es cíclica y en este aspecto no ofrece sorpresas.

regarding-susan-sontag-031-09-1_m-1400x919Ambos libros tienen en común tratar sobre la muerte, es cierto, pero miremos más de cerca y encontraremos los demás puntos de contacto que los hacen interesantes. La lucidez de las autoras se impone a los lugares comunes, al golpe bajo y la sensiblería cliché que no se encuentran por ninguna parte. Esa misma lucidez que refiero, es la que las lleva a afirmar en conjunto, de acuerdo a mi arbitraria unión, de que los temas de sus escritos son inevitables. No descubrieron nada, pero sin embargo se atreven a escribir lo que tantos ocultan o disfrazan con eufemismos. La muerte es inexorable; y más aún, la muerte violenta en manos de otros humanos por motivos ideológicos, raciales, por el capricho de la ignominia, también. Si bien el sufrimiento del que tratan en un caso es privado y en otro público o colectivo, ambas escritoras se interesan en traducirlo en lenguaje, en analizarlo, en intentar interpretarlo y darle sentido más allá de las palabras que lo componen o de las imágenes que lo representan y en ese intento de alquimia está la magia de dos obras que no pueden pasar desapercibidas.