Eleonora Fagan, conocida mundialmente como Billie Holiday fue una cantante de jazz que con su dramática pero también íntima interpretación conmovió los cimientos del jazz y de la música. A propósito de “Lady Sings the Blues” su pequeña autobiografía, buscamos hurgar un poco en su historia y su música.
Escribe : Sofía Bracamonte, a propósito de “Lady Sings the Blues” y Billie Holiday.
Una morena portentosa, sensual, tan delicada como las gardenias con las que se peinaba. A veces guarra, irreverente, llena de tristeza, con los ojos brillantes, llenos de fiereza, resignados, muertos. Todas son y no Billie Holiday.
Nacida como Eleanora Fagan hace más de 100 años, en la parte más pobre de Baltimore o Filadelfia, alcanzó a ser una de las voces más influyentes del jazz y el blues en Estados Unidos, redefiniendo la forma de cantar y de sentir la música de una manera única y por lo tanto, irrepetible. Establecido esto, es menester destacar que si bien estas líneas tienen su origen en “Lady Sings the Blues”, buscarán pasar por arriba de él.
Estas memorias “autobiográficas”, se publicaron en 1956 con autoría conjunta de Billie Holiday y William Dufty. Por aquel entonces la cantante estaba corta de dinero, y pesaba sobre ella la prohibición de cantar en bares a causa de las condenas por posesión de drogas que sufrió en los últimos años de su vida. Este alejamiento de los clubes neoyorquinos y de su público, afectó y terminó minando su carrera al punto de llevarla al colapso final. Entender el contexto en el cual se escribe “Lady Sings the Blues” es fundamental para entrar en el contenido. Se dice que Billie no lo escribió directamente, sino que más bien, lo dictó a Dufty, para quien lo más importante no era chequear los hechos; de todas formas sus intenciones no están bien claras hoy en día, ni mucho menos las de la protagonista, quien posiblemente necesitaba el efectivo más que cualquier cosa, pero que también ansiaba hacer un descargo, ser escuchada por la sociedad estadounidense de esos años. Pero vamos por partes.
La primera palabra que viene a la mente al pensar en Holiday y en su vida es “Escasez”, escasez de oportunidades, de dinero, de recursos. No eran tiempos fáciles para ser negra y pobre ni mucho menos hija de una madre soltera. La infancia y primera juventud es relatada en sus memorias, con mucho dolor, quizá algunos pasajes son extremados, o no del todo correctos, pero era la verdad para ella. Sus exageraciones o imprecisiones nos hablan de sus valores y ambiciones. Y sus terrores y carencias gritan por la niña que nunca dejó de ser.
“Lady Sings the Blues” es un testimonio de los Estados Unidos de entreguerras y primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La segregación a la población negra, la violencia policial, en las calles y cada institución. La misma violencia que absorbe casi todos los ámbitos de la vida, y se entromete hasta en las fibras más íntimas volviéndose una carga casi imposible de llevar. Quizá eso resume de forma torpe las desgracias que atraviesan las anécdotas que Holiday narra en su libro. También es importante cómo se muestra al negocio de la música de aquel entonces en la cándida ignorancia de Billie sobre los “royalties” que jamás le pagaron y los maltratos y falta de pago que sufría como mujer y cantante.
Intencionalmente, pondero la faceta de artística de Lady Day como la parte más importante del libro. Porque todas las apreciaciones que ella hace, de la escena y de algunos músicos en particular son incisivas y muy acertadas. Aunque ella en ese momento no tenía perspectiva para valorar lo trascendental del movimiento del que era parte, de todas formas sabía que había sido “algo”, y fue algo que duraría incluso hasta nuestros días. Cuando ella comenzó a cantar (accidentalmente, según las páginas de sus memorias) la ley Seca llegaba a su fin, el jazz florecía en una Nueva York que quería bailar para olvidar la Gran Depresión. Florecían talentos por doquier y Billie abrevó de todas esas fuentes. Cantaba como nadie, no tenía la mejor voz, no tenía amplitud tonal, ni formación musical alguna, nuevamente la escasez; pero ella utilizó esos pocos recursos para forjar un estilo único que hace hincapié en la interpretación y la sensibilidad. Nadie cantaba la palabra “hambre” o la palabra “amor” como ella, según sus propias palabras.
Su fraseo era único, no era una simple vocalista, su voz era libre en la melodía y el ritmo, y este estilo fue influenciado por su gran amigo el saxofonista Lester Young. Cada grabación de ella cala hasta los huesos. Billie Holiday puede no ser el primer nombre que se cruce en nuestra vida musical, pero siempre es fatal. Es cosa del destino, esa voz se queda pegada a nuestro catálogo y a nuestra educación sentimental de forma definitiva. Son especialmente importantes los pasajes donde cuenta el origen de canciones tan paradigmáticas como “Strange Fruit” o “Don’t Explain”, cómo ella no podía disociar su vida de su arte, o el arte de su vida llevándolas de la víscera al escenario sin escalas.
La redacción y la estructura del libro son bastante erráticos, víctima de las imprecisiones de la autora y de su colaborador. Además muchas partes fueron omitidas intencionalmente por temor a represalias legales de los allí nombrados. Inclusive es difícil distinguir los momentos y los personajes que intervienen y faltan muchas descripciones que son fundamentales para comprenderlos. Sus familiares y allegados odiaron tanto el libro como la adaptación cinematográfica, porque consideraron que no se apegaba a la realidad, sobre todo por el tono lastimero que según ellos no eran parte principal del carácter de la briosa Lady Day. De todas formas es valorable como prenda de una mujer enorme, que buscó toda la vida emanciparse de todas las esclavitudes que se le impusieron: de la pobreza, color de piel, sus limitaciones de educación, sus vicios, sus hombres y su irredimible sumisión, y que terminó sucumbiendo a los 44 años, sola en una cama de hospital con unos centavos en el bolsillo ignorante e indiferente de lo que significaría para la música de jazz de todos los tiempos.-