Angeles Mendoza Herrera vuelve esta semana con el análisis de “París Texas”, film clásico de Wim Wenders de 1984.  Una película que, casi como todas las cosas, en el fondo habla del amor. Amor no necesariamente entendido como una historia feliz.

 

Escribe: Ángeles Mendoza Herrera

Tenemos a un hombre que busca. No sabemos qué. Simplemente camina sin parar, seguro de su paso pero ¿a dónde? También vemos el desierto que se funde con la banda sonora para ser uno solo. Aplausos aparte para esta música evocativa y desoladora de Ry Cooder.

Un día desde un hospital llaman al hermano del hombre que camina sin parar. Su hermano hace cuatro años que no sabe nada de él. El hombre que busca es Travis, el hermano es Walt.

Entonces emerge de fondo, con el correr de la película, una pareja que se ha autodestruido a si misma dejando un hijo en el camino, a Hunter. Él quedó a cargo de Walt y su esposa, Anne, quienes lo crían como su propio hijo y lleva ya cuatro años con ellos, es decir la mitad de su vida.

Paris,-Texas1.mkv_snapshot_00.34.34_[2011.11.10_17.26.10]Cuando Walt encuentra a Travis  este no reacciona, no responde, hasta quiere huir. Pero su hermano insiste hasta que finalmente desiste y empieza a dialogar. No sabemos si perdió la memoria, está en un estado de shock o si simplemente decidió no hablar porque hay algo que siente y que no puede siquiera traducir en palabras. Lo primero que dice Travis cuando por fin se anima a hablar es “París”. Pero no habla del país europeo sino de un lugar en Texas. El lugar donde fue concebido. O así lo cree él.

Al reencontrarse, la relación de Hunter con su padre Travis tiene sus idas y vueltas, porque si bien ambos saben el rol que cumple cada uno con el otro, el niño trata de papá y mamá a Walt y Anne.

paris-texas21Travis sale tras una pista a buscar a su esposa, Jane; su pequeño hijo se le une al saber que esta por buscar a su mamá en Houston.  Allí llegarán a una especie de prostíbulo clandestino donde mujeres pululan con pocas ropas y una banda ensaya.

De repente la ve. Esta de espaldas. Duda pero en el fondo está seguro. Es ella: deslumbrante, rubísima y viste un sweater fucsia con unos tacos del mismo color.

Es un prostíbulo, sí, pero donde no hay contacto físico. Hay dos cabinas: el cliente de un lado, la prostituta del otro, y un teléfono para cada uno que los conecta. ¡Ah! Y un pequeño detalle: la prostituta no ve al cliente, se ve a ella misma. En ese contexto Travis se encuentra con Jane luego de cuatro largos años. Suelta unas lágrimas, se conmueve y enmudece.

the-5-most-iconic-wim-wenders-fashion-moments-1425321002La película tiene su duración importante, con un ritmo melancólico tan descorazonado como el desierto mismo que vemos durante horas, como las carreteras interminables y los edificios tan altos. La extensión cerca y oprime, sea desierto o ciudad.

Los diálogos y las actuaciones son de una maestría en materia de narración; como también la fotografía del film. Destaco sobre todo un diálogo –aparte del final- donde Travis le habla a su hijo sobre  su abuela y le cuenta que esta era una mujer sencilla pero que en ella su padre veía otra cosa, que esa cosa era solo su idea. Cuando la miraba, no la veía a ella sino a su idea. Quizás con este dialogo existencialista Travis esté hablando de lo que él ve en Jane y no es, y lo que Jane ve en él y tampoco es. El deseo es el deseo del otro supo decir Lacan.

El final también es con un dialogo descarnado y filosófico sobre el amor: correspondido sí, pero imposible de sostener. Porque ese dialogo demuestra que se aman y mucho, pero que no pueden o que su fuerza de voluntad o su fortaleza no resiste lo que se han hecho entre sí como para arreglar algo que se ha quebrado aunque siga ahí.

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