El norte me sigue sorprendiendo. La Rioja me sigue deslumbrando. Ya recorrí y viví en primera persona la celebración del Tinkunaco y ahora me adentré en la experiencia del carnaval, de La Chaya riojana.

En esta humilde crónica, creo oportuno simplemente contar lo que mis sentidos me transmitieron y en eso, sepa usted lector querido, puede haber imprecisiones varias, porque el cerebro y sus puertas de acceso a la información, no saben de objetividades.

Cuando la misión “Vas a cubrir La Chaya” me fue asignada, jamás creí que de esto se tratara. Jamás imaginé que la misión fuese tan divertida y enriquecedora. Puse en mi valija: mucha curiosidad, algo de expectativas y un par de mudas de ropa del tipo “tirable” (juro que esa fue una recomendación). Valija lista, vámonos pal norte!

Antes de comenzar mi recorrido chayero, decidí contactar a mis fuentes oficiales (riojanos amigos, con años de chaya encima). Me explicaron que febrero es el mes de la alegría en La Rioja. Que el festejo de la Chaya permite olvidar las penas, reponer energías y celebrar sin tapujos rodeados de amigos y familia. La tradición cuenta que esta celebración nace de una historia de amor no correspondido (Mirá vos che. Qué raro, el amor y sus demonios, metidos siempre entre nosotros). Chaya era una muchacha hermosa, enamorada del Príncipe de la tribu, Pujllay: un joven canchero y lindo que no le pasaba ni la hora. El dolor de este amor unilateral, hizo que Chaya (en quichua significa agua de rocío) fuera a las montañas a llorar sus penas. Alto, bien alto, más alto, tan alto que…se convirtió en nube. Desde entonces sólo vuelve en forma de rocío, o leve llovizna, en el medio del verano. Mientras tanto Pujllay (significa jugar o alegrarse), con bastante culpa encima, decidió buscarla incansable e inútilmente hasta que ahogó su dolor en chicha y así encontró la muerte. Dicha la leyenda, pasemos a los hechos… (Seguir leyendo en Revista Random)

Foto: Nacho Quintavalle

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CHAYA 2015: UNA PORTEÑA PERDIDA EN EL CARNAVAL