A medida que se avanza desde la ciudad de La Rioja rumbo a Chilecito, es un gran desvió tomar la mítica Ruta 40 y encarar para Sañogasta y Miranda. Caminos flanqueados de jarilla, chañares y algarrobas, esta tierra esta bañada permanentemente por un aire fresco y puro de los valles famatinenses.

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres

Salimos de la capital riojana con dirección sur a través de la ruta 38 hasta la localidad de Patquía. Allí doblamos hacia el oeste con dirección a Chilecito. La mañana despejada, pero con aire fresco, nos auguró que sería una jornada ideal para visitar la famosa Cuesta de Miranda, un lugar que prometía mostrarnos grandes barrancos de caprichosas formas y un intenso color rojo.

A medida que nos acercábamos a la precordillera, comenzábamos a divisar al cordón montañoso de Los Colorados.

Dejamos Chilecito y tomamos la mítica ruta 40. Por la ventanilla de la camioneta fuimos dejando atrás las poblaciones de Nonogasta (“pueblo de los pechos”) y Sañogasta (“Pueblo de la arcilla” en idioma cacano). Nos enteramos de que en Nonogasta nació el notable jurista Joaquín V. González.

Al costado de la ruta encontramos jarillas, retamas, chañares y algarrobos que se diseminan por los campos circundantes. Continuamos avanzando. Observamos los cerros que nos circundaban y la imaginación propia nos permitió ver a la India Dormida sobre una de las montañas que se presentó a nuestro paso.

 

LA CUESTA DE MIRANDA

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres

 

Tras unas cuantas curvas, la ruta se transformó en ripio y comenzamos a transitar sobre la cuesta propiamente dicha, llamada así por el adelantado español don Juan

de Miranda, quien fue el antiguo dueño de estas tierras. Es una formación geológica diferente, perteneciente al carbonífero-pérmico, donde predomina el óxido de hierro; de ahí proviene su color rojo carmesí. Los precipicios para este entonces superaban los trescientos metros.

Finalmente, llegamos al punto más alto de nuestra travesía. Frenamos en el mirador conocido como Bordo Atravesado, ubicado a los 2.020 m.s.n.m. A lo lejos alcanzamos a ver los grandes paredones del parque nacional Talampaya. La vista panorámica se hizo infinita hacia los cuatro puntos cardinales. El viento, amigo invisible en estas latitudes, acarició suavemente nuestra frente mientras observábamos los cientos de formas que poseían las bardas rojizas de la Cuesta de Miranda.

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres

Foto: Juliana Torres