Correr le cambió la vida, lo alejó de la noche y lo acercó a la escritura. En esta columna, Sofía Bracamonte analiza “De que hablo cuando hablo de correr” el libro biográfico del escritor japonés Haruki Murakami sobre la disciplina y la concentración que lo llevó a ser el “eterno candidato al Nobel”, ahora que está muerto Borges.
Escribe: Sofía Bracamonte
Es parte de la sabiduría 2.0 éste dicho que reza “todo lo que hagas bien, un oriental siempre lo hará mejor”, tan reforzado por los videos de personajes asiáticos rompiendo records en cualquier disciplina artística y deportiva. Esto es a veces desalentador para nosotros, los occidentales que pretendemos medir y competir por todo para crearnos modelos a seguir o a destruir, pero quizá hay algo que se nos escapa.
Murakami es oriental definitivamente, y es el autor de “De qué hablo cuando hablo de correr”, éste libro no es ficción, pero tampoco una autobiografía; él mismo lo define como una suerte de memorias que giran alrededor del hecho de correr. El nipón un día decide convertirse en escritor, y subsecuentemente, en corredor. ¿Por qué? Porque necesitaba tener una vida larga, alejada de la noche y el desgaste físico que había conocido dirigiendo un bar. El autor nos muestra generosamente el proceso mental y físico a través del cual pasa de ser un hombre común y corriente a ser el extraordinario novelista eterno candidato al Nobel y corredor de maratones.
Este libro definitivamente es de los que se leen cuando pasamos por momentos difíciles porque la estoica filosofía de Murakami, su creencia en el esfuerzo, en la autosuperación se deja ver en cada página y nos da una ínfima esperanza.
A pesar de ello, Murakami nos ilustra sobre sus pasiones, sus días. Por momentos es monótono cuando nos transcribe sus mediciones de distancias. Pero los paisajes, el ritmo de cada carrera y sobre todo la música con los que ambienta la narración nos mantienen bastante entretenidos y se vuelven referencias ineludibles. En este punto, siempre destaco los gustos occidentales de un japonés que eligió no cerrarse en una tradición que a veces es asfixiante, sino que se abrió al mundo y a la cultura de masas global. Si eso es bueno o no, es algo que no puede ser objeto de esta columna, pero es una realidad.
Haruki Murakami es un distinto. No llega a la banalidad de un autor de bestsellers pero definitivamente vende muy bien, tanto que puede vivir holgadamente de la literatura y viajar por todo el mundo. Coqueteó con la literatura de culto, pero prefirió no quedarse ahí. Y el público lo ha seguido siempre. Y sobre todo es distinto porque elige no entronizar las miserias humanas o hacer de ellas el combustible de su obra; sino más bien como un alquimista, convertirlas en su motivación. Consumir ese veneno, sin que el veneno lo consuma a él, usando sus propias metáforas.