Mauricio Molina es un escultor riojano con una larga trayectoria que desde hace 22 años ha visto colocar sus trabajos por toda la ciudad.
Está involucrado en el arte desde los 12 años cuando en la Escuela Polivalente de Arte aprendió cerámica. Después de eso siguió trabajando con cerámica esmaltada y hasta llego a tener un estudio y una academia, pero no era lo suyo, a él lo atraían cosas más grandes, más monumentales. Fue siguiendo esas ansias que decidió dedicarse pura y exclusivamente a la escultura.
Tuvo dos etapas: una figurativa en la que realizó varios monumentos en la ciudad, como el portal de San Nicolás y su opuesto el del Niño Alcalde, pero tal vez el más reconocido por todos sea el monumento a Joaquín Víctor González que se encuentra en las esquinas de Ortiz de Ocampo y Carlos Menem. Sentado en un sillón de bronce, el viejo intelectual mira adusto en dirección a la Universidad de La Rioja, y fue declarado monumento nacional luego de ser inaugurado por el Presidente de la Nación y convertido en sello postal. El único monumento de La Rioja en tener ese honor.
Después, la ciudad de La Rioja empezaría a ser testigo de su etapa abstracta, con una serie de obras suyas que hoy se encuentran en la plaza 25 de Mayo o frente al Palacio Municipal, por citar algunos ejemplos. Algunos de sus trabajos son grandes piedras talladas en formas que varían de una delicadeza líquida a una dureza maciza.
Ese paso de lo figurativo a lo abstracto fue una búsqueda que realizó el artista. “El estilo figurativo es muy tentador porque de esa manera se obtienen más trabajo”, explica Molina. Es cierto que el marcado siempre está en busca de alguien que haga la figura de un caudillo o de un prócer, pero el camino que Mauricio intenta recorrer va por los senderos de los abstracto, es lo que él siente que es correcto y pretende quedarse, por el momento.
A TIEMPO COMPLETO
Marcelo Molina es hoy es un artista a tiempo completo, algo que como todo artista sabrá no es nada fácil de conseguir. “Quien tiene un don tiene el deber de utilizarlo y para eso no alcanza con dedicarse medio tiempo”, sostiene el artista. Hace diez años que Molina dejó de lado sus otras actividades comerciales para dedicarse a la escultura.
Fue un salto de fe porque esas actividades le daban piernas para realizar sus obras con cierta tranquilidad. Hubo que encontrarle la vuelta y no fue fácil, especialmente de la forma en que maneja él su trabajo: con inspiración propia y no a pedido directo del cliente. Es decir que un cliente puede sugerir un tema para la obra encomendada, pero la última palabra dependerá siempre de lo que Molina encuentre en ese tema para convertirlo en escultura.
En los últimos años su metodología cambió y consiste ahora en armar un proyecto, presupuestarlo y presentarlo para financiamiento. La inspiración, sostiene, no es nada particular en él; surge pensando en un tema único y sobre él boceta, realiza maquetas y una vez conforme recién arma el proyecto que se presentará donde él crea que sea posible realizar la obra.
Por otro lado, a Mauricio no le gusta participar de certámenes ni encuentros que tengan que ver con la escultura. Para él es simple: no va porque es lo que hace todos los días de su vida, con la salvedad de que tal vez allí sus esculturas queden en otra provincia. En cambio, sí ha participado en encuentros artísticos en general.
Para Molina la dedicación al arte es arriesgarse, dejar de lado algunas comodidades a las que se han acostumbrado y adentrarse a la incertidumbre de si les irá bien o mal. El propio Mauricio nos dice: “…un artista debe animarse, alejarse de los lugares en los que se sienten seguros y jugarse por lo que realmente quiere”.