A propósito de una muestra del fotógrafo Guillermo García en el Museo Folclórico, pensamos una breve reflexión sobre la fiesta que es el alma de los riojanos.

Cuando Guillermo García llegó con su cámara de fotografías a La Rioja, un amigo le explicó que aquí la fiesta de la chaya era el momento en el que los riojanos se daban un permiso. Este permiso de la chaya a García le sonó inmediatamente como lo que Joan Manuel Serrat describe en Fiesta, una suerte de cambalache español que describe como el honesto y el taimado, el rico y el pobre, se dan la mano.

Cuando entendió eso, Guillermo supo al instante que a la chaya no se la podía fotografiar con un teleobjetivo a diez metros de distancia. Una fiesta que saca del interior de la gente sus pasiones, el rostro que pocos se permiten mostrar durante el año, es una cosa muy personal que necesita ser retratada a quemarropa.

Ph: gentileza de Guillermo Hugo García

El problema en esos tiempos, lejos todavía de las GoPro y las cámaras digitales herméticas, es que la harina y el agua eran (todavía pueden serlo) letales para los equipos fotográficos, esos equipos salen caros y de eso y poco más vive un fotógrafo. Pero García también sabía que no podía quedarse afuera, había que darse ese permiso a como dé lugar.

El resultado fue la muestra que en estos días se exhibe en el museo folclórico y que se logró gracias a un montón de bolsas de plástico que el fotógrafo armo alrededor de las cámaras. Con esta solución profiláctica a mano, el resultado fue una serie de fotos de cerca, con rostros bien chayados y sonrisas enormes por el vino y la joda.

Ph: gentileza de Guillermo Hugo García

Escuchando esta historia uno recuerdo que la chaya no es para cualquiera. No es para alienar a quienes no saben mucho de esta fiesta, pero es verdad: la chaya es una fiesta llena de vitalidad y rudeza, harina en la cara, transpiración, y rocíos de agua caliente reboleados por el aire. Tiene olor a masa cruda, vino barato y tela quemada. Es una fiesta de tierra y sol, de alegría y hermandad. Es sucia, uno en la chaya se ensucia y solo se lava los pelos duros por el engrudo y la piel cubierta de cenizas cuando termina los festejos del día.

Pero la chaya es hermosa y quien no la conoce y no se anima, debería seguir este consejo: dese el permiso. Acepte su suerte y entréguese a las bacanales. Tomá vino, tirale harina a tus amigos, saltá en las rondas, jugá en los topamientos, envolvete en los olores a fruta pasada, repartí besos , cantá y bailá. Cuando vuelvas a tu cama de noche, después de haberte lavado las costras de mugre y felicidad, te vas a dormir en paz. Porque sabés que al otro día se sigue chayando.